Otro Palacio de Bellas Artes, lució ayer con la presentación del tenor Javier Camarena, en
lo que resultó una apertura casi post pandémica,
al registrarse en el recinto, un semi lleno como cuando la vida era sin medidas
sanitarias que prohibían amplias reuniones, y a la vez, la noche apuntó una clausura para los tenores
corruptos que por su influyentismo, utilizaban el palacio para saturar la
agenda con sus presentaciones, aún siendo unos mediocres. El saneamiento en
favor del arte supremo en el refugio artístico de mármol, que se había convertido
en un hotel de paso por los gobiernos federales anteriores, -y cuya limpieza anticorruptiva, ojalá se expanda entre los locutores, algunos
compositores oportunistas y otros rubros de la vida privada y pública del país-,
marca una nueva era, en medio de aplausos retumbadores, y de bondades melódicas
como Soneti di Petrarca, de Franz Liszt, que
incluyó las canciones Pace non trovo, Benedetto sia il giorno y I vidi in terra
angelici costumi. En la recta final del programa llegó el turno de la música
mexicana e iberoamericana con Madre mía, Cuando muera y Arrullo, de Blas
Galindo y Mía del gran Felipe Bermejo y
Manuel Esperón. Javier Camarena es el mejor tenor mexicano, con un peso
artístico que no lo necesita refrendar con publicidad acosadora televisiva, como Fernando
de la Mora o el mismo Plácido Domingo, por lo que después de este concierto, nace su
consolidación musical y abre paso a nuevos talentos de la música, como el caso
de la joven pianista María Hanneman quien acompañó al tenor, y cuyo camino para debutar en Bellas Artes, se
encontraba enlodado por los acomedidos “pone-piedras” corruptos en busca de lambiscones. Más en www.somoselespectador.blogspot.com